Internándome en la ciudad (dia 19, Mes del Dragon, Decimo Octavo año de Hantei XXXVIII)

Una vez atravesadas las puertas de esta nueva ciudad, mis pies doloridos por el viaje continúan por inercia. Me cuesta mantener la espalda recta, pero no importa, eso hace que el pelo me cubra en parte la cara. Aunque sería mejor tener algo con lo que cubrir el pelo.

Miro el suelo con cierta indiferencia, levantando la vista cada siete pasos alternando una mirada hacia delante, a un lado, al otro, a mi espalda. Nada raro de momento. La gente me mira. No sé si es por el pelo o por el quimono medio destrozado por el viaje. No creo que sepan quien soy todavía.

Mi rumbo se rige automáticamente por la fuerza de la costumbre. Mis pies me llevan a la parte sórdida de la ciudad, donde el olor a burdeles baratos y opiaceos poco aconsejables envuelve cada calle. No puedo evitar sonreír de medio lado, a pesar de mi estado.

Paro ante el primer abrevadero que veo. Bebo con verdadera necesidad, tratando en vano de mitigar el hambre que me retuerce el estómago. Necesito un trabajo. Y necesito un descanso.

Tomo una de las briznas que crecen junto al abrevadero y me la llevo a la boca, mascándola un poco. Tampoco eso me quita el hambre, pero me distrae mientras, sentado junto al agua, miro pasar a esas mujeres que ahora mismo no puedo permitirme.

El hecho de que sea medio dia no arregla el hecho de que estes medio muerto por el hambre.

En un momento de flaqueza piensas en los monjes, que en algun que otro momento te han sacado del agujero, pero como llevas poco en la ciudad no estas seguro de cual puede ser el comportamiento de los monjes del barrio de los templos.

En ese momento te viene olor a pescado y piensas que con un poco de suerte podrias pillar algun pez estraviado.

Un pescado gratis suena bien, desde luego.

Mi estómago suelta una queja. En fin, no es que empezar robando sea la mejor presentación en la ciudad, pero la necesidad es la necesidad.

Me incorporo y siento como el mareo se agudiza. Apoyo una mano en la piedra, soltando un inaudible gruñido por el breve calambrazo del estómago. Mi mueca refleja bien mi incomodida.

No sé si estoy en condiciones de robar nada. Quizás sería mejor cazar uno de esos gatos que se pasean por los tejados... pero mi arco es demasiado malo, poco certero. En la ciudad hay que tener cuidado para no darle a alguien o no tardas en acabar retenido.

Me enderezo con un suspiro y comienzo a buscar algo de comida fácil, en la forma que quiera que se presente.

Al principio, andas erratico, pero instintivamente sigues el aroma de un puesto de fideos, que se mueve hacia el norte.

Fideos de mijo, pescado y pollo. Las piernas te funcionan por su lado. Siguen al comerciante sin tener encuenta tu cabeza y el echo de que no tienes una sola pieza de cobre.

Derrepente sientes una mano que te coje del hombro tirando de ti mientras escuchas. -Eeeeh, estupido. Yo que tu, no le compraria fideos a ese. Asi que date la vuelta y vete con viento fresco.-

Repentinamente arrancado de mi ensueño provocado por el hambre, miro la mano sobre mi hombro. En otras circunstancias, tal vez, no hubiera esperado ni a que hablase antes de sacar la espada, pero mi cabeza necesita de un tiempo para despejarse.

No puedo seguir así.

Tras escuchar lo que dice, miro el puesto que se aleja con evidente decepción. Bueno, tampoco e que pudiese comparar nada pero...

Me vuelvo para mirar a quien ha frenado mis pasos, examinándole con cuidado. Mientras me doy la vuelta procuro ser sutil al retirar mi hombro de bajo su mano y al acerca mi mano a la cintura. No toco las empuñaduras de mis armas, pero bien está que mis manos anden cerca por si se terciara la necesidad.

Cuando te giras, te encaras con un malencarado. Ojos demasiado redondos, sin duda hijo de un caballo. Aunque pacere que se habia dado almenos un par de baños mas que tu, olia como si hubiera estado masticando estiercol. Una cicatriz en la ceja derecha casi desaparecida bajo esta y solo cinco dientes en la boca.

-Si tanta hambre tienes. En la calle de la mostaza tienes una fonda con muy buenos fideos.- te dice con ojos desafiantes.

Le miro fijamente, dudando. No puedo pelear en estas condiciones decentemente, no debería meterme en problemas.

No debería.

- ¿Y si resulta... que quiero precisamente esos fideos? - sin dejar de mirarle, doy un leve cabeceo hacia el comerciante que se aleja.

Apretando los dientes y mirandote mas serio responde -Pudiera ser que te dieran una indigestion incluso antes de haberlos pagado.-

La verdad es que no sabes si el maloliente rufian seria capaz de apoyar sus palabras con hechos, pero hay algo que le da peso a la manga derecha del quimono. Y por de paso no dejas de perder el ojo a una bolsa de cuero que lleva ceñida al obi.

Medito su respuesta.

Asiento.

- Agradezco tu advertencia, entonces - inclino la cabeza, humillando también la espalda un poco para que el quimono caiga, cubriendo la empuñadura que tomo, para desenvainar luego con rapidez justo bajo sus narices -. Pero no deberías haberme llamado estúpido. Y menos tomarme por tal.

-Sin duda ha sido una falta de educacion por mi parte.- te dice intentando que enfundes cuanto antes ya que por la esquina, calle abajo suben dos samurai con armaduras adornadas con seda roja y kabutos adornados con un formidable penacho a juego con los adornos de seda.

Miro a los samurais de reojo y sonrío levemente, divertido.

Esto no debería divertirme. Creo que me afecta el hambre.

- ¿Dónde puedo conseguir algo de comida con pago a posteriori? - miro su bolsa brevemente.

Sigo sin guardar el arma ni separarla de él. Veamos donde lleva esto, después de todo si no como algo voy a terminar demasiado debilitado como para trabajar por un plato.

Lo ves preocupado por tu negativa a envainar e intenta forcejear contigo para que envaines, mientras no deja de mirar a los samurai.

-Seguro que habra alguien por ahi que le sobre un bollo de arroz, pero por lo que mas quieras, enfunda la katana.- Te dice casi suplicando en intando con relativo exito que vistas tu acero gracias a tus mermadas fuerzas por el hambre.

No opongo demasiada resistencia, así oculto mejor que... bueno, tampoco es que tenga mucha, así que mejor que piense que lo hago por propia voluntad.

- Envaino y aceptaré tus disculpas, a cambio comprame unos de esos bollos de arroz que mentas, no vaya a tener que ir a pedírselos a ellos. Pensándolo bien, igual les interesa nuestro encuentro...

Notas que te mete una moneda de cobre entre los plieges del obi, suelta la presa sobre la katana y ligeramente te empuja para desaparecer por una esquina antes de que los guardias se percaten de vuestra presencia.

Le dejo ir, falto de interés por su presencia. Cojo la moneda y, tras comprobar su valor, me replanteo la situación con un humor distinto.

Miro hacia el lugar por donde el vendedor ambulante ha desaparecido. ¿Por qué instan a sus clientes a comprar en otro lugar con tanta vehemencia? Quizás no ha pagado cierta cantidad estipulada para vender sus fideos en esta y en otras calles. ¿Quién sabe? Pudiera ser una buena táctica acercarse a él, dudo que el rufián buscase mi bien al advertirme de la calidad de sus fideos, especialmente visto que le preocpaba que su advertencia llegase a oídos de los samurais.

Bien, pues, en tal caso quizás obtenga algo más que una comida de todo este asunto, después de todo. Me gustaría ganar algo más y contar con un lecho decente y una mujer indecente que lo caliente.

Salgo con los pies más ligeros por las espectativas - especialmente la de llevarme un bocado al estómago - hasta el lugar por donde el comerciante ambulante se ha marchado y, cuando doy con él, me acerco con paso resuelto, separando los plieges del quimono para que se vean las empuñaduras de mis armas.

No es que con el aspecto que muestro pueda parecer alguien de altas ganancias, pero algo es algo. Golpeo con mi cobre contra una parte metálica del puesto, para hacerlo tintinear.

- ¿Qué tienes, honrado vendedor, para un hombre verdaderamente hambriento?

Ves al hombre muy contento de que te allas acercado, casi ni ha mirado la moneda.

-Por una moneda de cobre, fideos, kunnyaku, daicon y pargo. Pero por favor sientese.- Te dice agitadamente mientras saca una banqueta de un hueco del carrito y te la pone para que te sientes.

Me siento y empiezo a comer en cuanto me sirve.

La verdad, no puedo con mucho. Mi estómago se ha hecho pequeño por la falta de alimento, pero como cuanto me es posible por dos simples razones: Necesito recuperar fuerzas y no sé cuándo podré volver a comer.

Una vez saciado, y sólo entonces, miro al tipo.

- Algunos piensan que tus fideos no son buenos para la salud. Con toda su buena fé incluso intentan alentar a posibles compradores para que no sufran una intoxicación. Quizás te vendría bien que alguien les sacara de su error en momentos como ese y los clientes pudieran acercarse tranquilos.

Carraspeo un poco. Larga charla. Hace mucho que no hablo tan de seguido, desde que empecé mi huida a la que me gusta llamar viaje.

Te mira con resignacion y dice mientras te ofrece algo de sake. -No se ofenda señor, pero no creo que usted pueda conseguir algo.-

Me siento más fuerte ahora y me tienta responderle, pero me callo. Quizás me vaya mejor con sus agresores.

Oh, sake. Lo agradezco con una inclinación silenciosa y bebo.

- Quizá te sorprendiera - digo simplemente.

-Ahora me sostengo con las pocas veces que la guardia paga. Asi que me supongo que agradeceria esa sorpresa.- responde ligeramente angustiado mientras da un un largo trago de sake.

Esta casi aguado, pero te sabe a nectar de los dioses y el caldo del cuenco devuelve la vida a tus piernas.

Supongo que no tiene mucho con qué pagar, dada la escasez de negocio.

- Si te los quito de encima, una semana de fideos gratis, los que quiera. Y sake.

No soy muy de cháchara, no me gusta hablar de más, así que espero su respuesta. Si se niega, me marcho con viento fresco, como me dijo el rufián, y si no empiezo la vigilancia, él decide.

-Supongo que no tengo nada que preder y si tengo que vender el carro, por lo menos que alguien se coma el genero y no se pierda.- te dice encojiendose de hombros mientras te sirve otro trago de sake.

Lo tomo de un trago.

Asiento simplemente ante de levantarme.

Me alejo del puesto, pero no demasiado. Recoloco el quimono y acomoco la armas para su uso en caso de ser necesarias. Me voy moviendo con él, discretamente, oteando alrededor para buscar a los matones.

Cuando empiezas a separarte de el, te dice -Te cuidado con los Tragafuegos. Nunca me han pedido proteccion, pero si piensan que alguien me protege podrian pensar que tengo algo por lo que merece la pena pagar y podrias verte en un apuro con ellos.- Tras lo cual continua trabajando.

No tengo la menor idea de lo que me habla, pero supongo que no tardaré en averiguarlo.

Me pongo con la vigilancia.